5. Discusión

Paulatinamente, han cambiado los hábitos de consumo. Gracias a la economía digital, se ha incrementado la adquisición de bienes y servicios a través de portales tecnológicos. Por otra parte, en los últimos cinco años han ganado terreno nuevas maneras de consumir música a través de plataformas in streaming (por ejemplo, Spotify) y se han dado los primeros pasos en materia de economía colaborativa. Hoy en día, podemos disfrutar del visionado de una película a través de Netflix o en Blu-Ray y, sin embargo, en España aún es imbatible el consumo de ocio rodeado de amigos.

En 1999, Zygmunt Bauman señaló que nos aproximábamos al fin de la era del compromiso mutuo, donde el espacio público retrocedía y se imponía un individualismo que llevaría a la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía. Para este filósofo, la sociedad se ha vuelto competitiva, egocéntrica, materialista y mutante; ha sufrido un proceso de desafección ciudadana y una pérdida de creencias en las grandes instituciones (en las políticas, desde luego, pero también en la familia, la religión, etc.). Es un mundo donde hay muy pocas certezas (en parte, porque los enemigos ya no son tan visibles), donde las grandes instituciones públicas y privadas se han debilitado tanto que muchas veces son incapaces de cumplir siquiera aquello para lo que fueron creadas y, en su lugar, se han impuesto conceptos poderosos pero inestables, como el mercado. Ante esta realidad, el concepto de comunidad también se ha visto afectado. Bauman señala que es el individuo lo que importa, sus necesidades y sus deseos, pero en tanto en cuanto sea un sujeto con atractivo económico, no por el valor humano en sí mismo.

Es evidente que las instituciones públicas se han debilitado y que el individuo se siente más indefenso, incluso vulnerable ante el poder (real) de los agentes triunfadores de la globalización (no solo el mercado, como ente abstracto). Gracias a las innumerables maneras que tenemos de informarnos, hemos terminado por reconocer el triunfo del individualismo: el «yo» por encima del «nosotros». Pero este egoísmo tiene un coste muy elevado, como lo explica Byun-Chul Han (2012), porque el recorrido narcisista hacia la nada agota y lleva a la depresión. Es la consecuencia de rechazar al otro en lugar de aceptarlo (o, cuando menos, de tolerarlo). Son los otros la raíz de todas nuestras esperanzas.

Si los filósofos de la posmodernidad tienen razón, está plenamente justificado el deseo de volver a «la tribu». Pero «aceptar» y «ser aceptados» es un proceso errático, nada pautado, y desde luego, de ninguna manera el éxito está garantizado, porque la búsqueda frenética de aceptación social se puede convertir en patología. La imagen que proyectan blogueros, instagramers y youtubers de perenne euforia y alegría es muy probable que sea una máscara, una engañosa pantalla para agradar a los millones de followers que están dispuestos a visionar sus vídeos y hacer caso a sus recomendaciones (por ejemplo, la reciente y desafortunada muerte del DJ Avicii). Por ello, no es extraño que muchos vayan por la vida aparentando (el colmo es que se ha fraguado un término para describirlo, «postureo»), aunque el precio a pagar sea la frivolización de las relaciones.

Pero más allá de que Bauman y Han estén en lo cierto, lo que no alberga dudas es que los individuos luchan por mantener su individualidad, al tiempo que aspiran a formar parte de un todo, un ente social. Una agotadora esgrima personal perpetua. Porque la genuina individualidad conlleva el coste del aislamiento, mientras que la plena integración conlleva la pérdida de identidad, el riesgo de convertirnos en seres alienados, manipulables e ignorantes. La presente investigación se adentra en estos menesteres, aunque el objetivo es bastante modesto, apenas interesado en conocer el «efecto manada» en el consumo de ocio de los jóvenes en Madrid y desvelar en qué medida obedece a la presión social proveniente del entorno o a la voluntad real de pasar un rato de esparcimiento.

El consumo de ocio en grupo se ha convertido en una actividad intensa y costosa: intensa porque demanda un compromiso continuo de demostración de que se es parte de un colectivo (lo contrario puede significar la exclusión del mismo) y costosa porque, según cada nivel socioeconómico, se demandan recursos (monetarios, técnicos, de tiempo y de tipo psicológico). Por tanto, aun deseando tener una intensa vida social, también estamos sometidos a las inexcusables reglas del «coste de oportunidad », lo que significa que, aun empleándonos a fondo, en tanto queramos cultivar el dolce far niente rodeados de amigos, siempre hay un límite.

Los resultados de la investigación son interesantes porque constatan el poder de la presión social en las relaciones humanas. Para los jóvenes universitarios que participaron, ciertamente es importante lo que piensan sus amigos. El deseo de agradar es muy patente en todas las preguntas del primer ítem (1 a 8), mientras que en las preguntas del segundo ítem (9 a 15) la satisfacción resultante es visiblemente relativa, lo que significa que, en muchos casos, estos jóvenes consumen ocio con sus amigos más por obligación que por el genuino deseo de divertirse. Este resultado está bastante alejado de los criterios definidos por la economía neoclásica.

En marzo de 2018 salió a la luz el escándalo de la manipulación de datos de los usuarios de Facebook utilizado por Cambridge Analytica con fines espurios. Ante tan contundente revelación, lo lógico sería que millones de usuarios intentaran darse de baja y eliminaran su cuenta. Pero hoy en día es muy difícil que eso ocurra (restricciones impuestas por Facebook aparte) porque, quienes lo hagan, inevitablemente perderán visibilidad, y si la gente no está activa en las redes sociales, en algún caso puede significar algo parecido a una «muerte civil », y eso muy pocos lo desean. Los humanos son el ser más adaptable de todos; con ingenio, ha sido capaz de ir al espacio, conquistar cumbres y adentrarse en las profundidades del océano, pero necesita la compañía de otros, aunque conlleve un coste, incluso si es elevado.

El consumo de ocio en grupo se ha convertido en una actividad intensa y costosa: intensa porque demanda un compromiso continuo de demostración de que se es parte de un colectivo y costosa porque, según cada nivel socioeconómico, se demandan recursos